17 noviembre 2003

Masoquismo visual

Éranse las 9 de la noche de un día cualquiera, en la linea 4 de metro. Estaba yo sentado frente a un peculiar tipo, con peculiar mirada y gestos peculiares. En esos momentos piensas simplemente "qué tío tan peculiar", y te olvidas, pues es lo que se suele ver. De echo, yo seguramente lo sea también. Hasta aquí todo normal.

Pasan 10 minutos cuando nuestro peculiar viajero, comienza a mover las puntas de sus pies simultaneamente, de arriba a abajo (el mismo gesto que hacemos cuando saltamos), y con ello empujando sus piernas a una velocidad tremenda. En un principio pensé que le estaba dando un ataque epiléptico pero se contenía y por eso sólo le afectaba a las piernas. Además se las miraba fijamente y muy serio. El rostro de perplejidad del que estaba a su lado, se contagió con rapidez a los de su alrededor. No pasó ni medio minuto cuando de golpe, zas! deja de moverse súbitamente. Hasta aquí todo... pse, normal.

Al poco tiempo, cuando la calma y otros pensamientos ajenos a lo ocurrido rondaban por nuestras mentes, un nuevo gesto de nuestro viajero peculiar nos sorprende. Esta vez, uno que todos conocemos (sobre todo los sábados por la noche, o en los autobuses durante las excursiones). Ese en el cual, alguien que está a punto de potar, se lleva la mano a la boca para contener la imparable tragedia. Lo peor de todo es que el efecto tapón aumenta la presión de salida del fluido en todas las direcciones menos la frontal. Causando por tanto un efecto contrario al deseado. Arcada tras arcada, y gracias al descomunal esfuerzo por parte del afectado, por el momento, todo el mundo está "ileso".

"Próxima estación, Arturo Soria". Anuncian la parada que tendrá lugar en pocos segundos. Con la mano en la boca y aun con arcadas cortas pero muy repetidas, nuestro viajero se levanta rápidamente y se dirige a las puertas de salida. Todo el vagón está ahora pendiente. "¿La echará o no? ¿Se podrá aguantar? Aun quedan unos metros... Yo creo que la echa" - zas! La arcada final. Pobre hombre. No se que habría comido pero por las caras de los espectadores más cercanos, nada bueno. Segundos despues, se abren las puertas y escapa corriendo sin mediar palabra.

Lo curioso, más aun de lo sucedido, que bueno, puede pasarle a cualquiera... es que la gente, seguía mirando la pota. Gestos descompuestos al ver algo desagradable, pero que no dejaban de mirar. Joder que asco. Es como las moscas cuando miran esa luz azulada que les conduce a su muerte. O como cuando nos "tapamos" los ojos para "no ver" esa escena de miedo de la película. Ellos seguian mirándola empujados por una especie de masoquismo visual. ¿O curiosidad? En fin, que cada cual saque sus conclusiones. Yo pasé olímpicamente de mirar, más que nada por evitar una trágica reacción en cadena.

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