02 julio 2003

Contemplar la inmensidad

Eran las 3:30 am del domingo pasado cuando abandonamos la casa de Tony, para continuar la fiesta por las discotecas de la ciudad. Sin embargo, una extraña necesidad me invadío en ese momento. No quería seguir bebiendo ni bailando apretujado entre la multitud y con miles de watios golpeando en mi cabeza. Todo lo contrario: en aquel momento me apetecía como ninguna otra cosa, mirar las estrellas. Tal vez por el ritmo de vida, tal vez por hacer algo diferente, o tal vez porque lo necesitaba, puse fin a mi juerga de esa noche y dí paso a un momento más tranquilo y reflexivo.

Tras despedirme, emprendí la marcha hacia un lugar perdido en mitad del campo, un lugar donde sabía que nadie me podría molestar, y me permitiera mirar al cielo en calma e intimidad.

No había luna, era una noche cerrada. Coloqué sobre el techo del coche una esterilla donde tumbarme relajado, mirando al cielo. Era como estar en un planetario; mirase donde mirase tan sólo veía el firmamento plagado de estrellas.

En un principio, la sensación era de vértigo; parecía que podría caer hacia arriba... No quitaba ojo al hermoso espectáculo. A medida que pasaba el tiempo, la mirada se volvía más lejana y más profunda. Contemplando la inmensidad, comencé a sentirme inmensamente pequeño. Realmente somos un instante en el tiempo, una piedrecilla que forma parte de un camino infinito. Y ante tal panorama, los valores personales se recolocan… y lo material se vuelve sinónimo de absurdo, y te preguntas ¿hasta dónde nos dejamos arrastrar por los absurdos valores de este mundo?

Vivimos a toda prisa, sin tiempo para profundizar en nada. Tan superficialmente que somos fácilmente manejables, a no ser que de vez en cuando nos demos el privilegio de contemplar la inmensidad. Las cosas verdaderamente importantes no se compran con dinero, pero ellos han conseguido nuestra conformidad a cambio de comodidad, de confort, de escalar posiciones en el status social. Nos dicen lo que debemos consumir porque lo “necesitamos”. Nos hemos vendido y mientras no pensemos, parece que todo está bien. Pero ¿a costa de qué? ¿de quiénes?.

No hay comentarios: